29 de maig 2018

Lo que perdimos en la playa

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Las playas son el lugar del amor raudo y, algunas veces, el del principio de un amor lento y duradero. Son el lugar de grandes desembarcos bélicos, de la piel quemada del turista incauto, de la melancolía mortal de Gustav von Aschenbach, de la pérdida del teléfono móvil, del dogging, de las medusas muertas; el primer lugar desde donde se intuyó que la Tierra era redonda, de los buscadores de monedas y donde se varan delfines y ballenas incautas, como los turistas sin ungüentos de protección solar.

La playa huele a crema solar con aroma a coco, a bocata recalentado al sol, a porro de maría, a arena hirviente, a agua salada, a gasoil de pescador, a sardina difunta, a crema solar disuelta en agua salada, a desparrame de cloaca alocada, a lodo de la lluvia de ayer, a sobaco de anteayer -si es verano-, al aceite de masaje de una masajista china que los ofrece a 5 eurillos, al cuero de las botas del policía municipal que persigue a la masajista china. Hay playas que huelen a todo eso a la vez y desafían al olfato de Jean Baptiste Grenouille. Hay playas, muy raras, a las que les llega un olor, diminuto y errático, a flor de jazmín.

En la playa se habla, se calla, se lee, se calla y se lee, se escucha al amigo o a Camela en el loro de los chavales del barrio, o al crío que berrea tres sombrillas más allá. Se escuchan mil y una lenguas y dos mil y uno silencios. En la playa se fornica, se merienda, se desayuna, se cena, se siestea, se hace la digestión, se piensa si uno ya puede bañarse sin temor al corte de la digestión, se pernocta -si no te pillan los pitufos.

En la playa se medita: sobre la amplitud del mundo, sobre los muertos, sobre los recuerdos de otra playa y otro tiempo, los amores perdidos. En la playa uno debate consigo mismo si será que el arte es muy largo y la vida breve o bien la vida muy larga para tan pocos instantes de arte. En las playas se contempla la lluvia de meteoros en la noche de san Lorenzo, la salida del sol o el ocaso, o ambos fenómenos, o los tres -si uno dispone de mucho tiempo y se encuentra a gusto.

En las playas hay quien se bebe una botella de vodka para olvidar lo que pudo haber sido y no fue y hay quien celebra el solsticio de verano con una botella de champán que recogerán, de madrugada, los brigadistas municipales, que para eso están. En las playas se roban carteras y se pierden monedas (las que luego encuentran los buscadores de monedas, provistos de esos detectores de metales que jamás amortizarán). Fue en una playa en donde Charles Marlow se despidió de la civilización para penetrar, luego, en el corazón del horror. En otra, el personaje de Burt Lancaster se dió un revolcón con el de Deborah Kerr, inimitable por más veces que lo ensayes.

En las playas se sueña. Se sueña en mundos mejores, en novelas largas, en novelas breves de ciencia ficción, en proyectos fascinantes e imposibles, en amores fascinantes e imposibles. En las playas se escriben poemas, se miran cuerpos semidesnudos y ensoñados, se pregunta: "oye, ¿tienes fuego?". En las playas se solloza para adentro y se ríe para afuera. O del revés.

En una playa de Badalona me leí, del tirón y en 2003,  "El puente de San Luis rey", la novela brillante de un tal Thornton Wilder, de Madison (Wisconsin), que murió en diciembre del 75 cuando yo acababa de cumplir los 11 años. En una de Cádiz -no recuerdo el año-, un librito de poemas de Georg Trakl. En una de Portugal, cerca de Lisboa, una novelita de Mário Zambujal, nacido en Moura.

Todo el mundo tiene su playa. Los que viven en regiones interiores conocen una playa, quizás sin nombre, gracias a una postal, o vislumbrada en la tele, el cine o un sueño. Dicen que la vida del primer animal terrestre empezó por uno marino que emergió. Y solo se puede emerger bien en una playa. En una de sus mejores pesadillas convertidas en cuento, H.P. Lovecraft imaginó a una especie batracia que emergía del mar y andaba por las playas a la búsqueda de mujeres humanas, para procrear a un nuevo ser, medio marino y medio terrestre. Con fortuna discutible, Albert Sánchez Piñol plagió el cuento de Lovecraft en "La piel fría", su novela más aclamada, cuyo escenario es una playa con un faro en lo alto.

Hay playas para el público en general. Hay playas para nudistas, para nudistas tolerantes con los "textiles" y para "textiles" tolerantes con los otros. Playas para familias enteras y bien entendidas, para homosexuales, para gente que acude con perro. Hay quienes protestan por la existencia de esas playas sectorializadas pero se olvidan de que hay playas peores: playas prohibidas porqué son terreno militar, o privadas para uso exclusivo de clientes de buenos hoteles.

Hay playas con chiringuitos ruidosos, con chiringuitos chill out y mojitos, con chiringuitos ruidosos pero con pescaíto frito y mejillones a la marinera. Hay playas, cerca de los aeropuertos, en las que el vientre de los aviones roza la cúspide de los parasoles y escupe en la arena el fuel sobrante de los depósitos de combustible. Hay playas solitarias en un sueño, y en el mito que solo mantienen ciertas agencias de viaje sinvergüenzas. Hay escenas de playa fabulosas en algunas cintas de cine. Hay playas en las que se oye a Mahler o a Chambao depende de como orientes tus soplillos, haylas blancas y negras, sucias y limpias, de piedras o de arena tan fina como polvo de mármol, con barquitos de pesca a modo de atrezzo, con chavales negros que ejecutan esculturas de arena, con niños que buscan conchas como tesoros.

Hay ciudades con playas sobre las que el ayuntamiento ha escrito ordenanzas municipales para pretender creer (¡vaya perífrasis verbal me salió!) que sus playas pertenecen al mundo civilizado. Hay playas en las que los anarquistas desafían dichas ordenanzas, porqué en el corazón de las gentes anida todavía la idea de que la playa es de todos y de nadie, y de que es un lugar que, como la negrura del espacio vacío, la nostalgia, el amor o lo que hay después de la muerte, así como la intimidad del retrete, no admite legislaciones vigentes.

Y luego están las playas de Cataluña (o de una parte de ella), que son un capítulo aparte. De esas playas no me apetece hablar por la pena, la desazón y el dolor que me producen. Por eso puse la foto que encabeza el texto, para que cada uno piense, si lo cree oportuno, en lo que para si mismo son las playas.

26 de maig 2018

Un editor barcelonés

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Hace cinco días me llegó un correo. En él, el director de una editorial de Barcelona que desconocía por completo me pregunta si quiero seguir recibiendo información de sus novedades. Cuenta algo sobre una nueva normativa europea sobre protección de datos y bla bla bla. La verdad es que ni me sonaba el nombre de la editorial ni soy consciente de haberle pedido nunca información alguna. Por consiguiente, no respondí.

A los dos días llegó otro correo del mismo editor. El tono era menos amable. Aunque el texto no se salía de la corrección educada, alguna frase indicaba un cierto reproche por no haber respondido al primero. Pensé que quizás mi mala memoria me la estaba jugando. Así que visité la página web de la editorial, por si acaso se me refrescaba (la memoria). Todo el mundo sabe que, a partir de cierta década de la vida -la que empieza por el 5, es frecuente el olvido y la laguna.

Pero la visión de la web de la editorial me confirmó que jamás tuve relación alguna con el editor. Sus títulos caen muy lejos de mis intereses. Tiene un montón de material referido a la guerra de 1714 y a otros hechos de la historia de Cataluña, tratados con una perspectiva más que evidente: solo hay que ver los subtítulos y las banderas estampadas en las cubiertas para comprender. Así que, de nuevo, no respondí al correo.

Pasaron dos días más y llegó el tercero. ¿Será el definitivo o habrá una cuarta misiva?. En este, el editor abandona toda esperanza de corrección y me recrimina. Y yo, de nuevo, vuelvo a la web de la editorial para hacer un estudio más profundo. Dentro de mi pecho asoma, de nuevo, la posibilidad del error y la culpa. En esta ocasión me leo la presentación de la editorial, que está en la pestaña "Qui som" (Quienes somos). Me informo entonces de que la editorial la fundó un conocido prócer del catalanismo, que no llega a padre de la patria pero podría aspirar a primo. En las apenas 12 líneas que forman el texto de presentación en donde se expresa la filosofía de la empresa, la palabra "Catalunya" solo aparece una vez, pero lo hace tres veces "país": "el nostre país", "el servei al país" y "país" a secas. Cabe destacar también la expresión "el fet identitari català" en lugar destacado.

Me pasé un rato meditando: el editor contumaz en sus correos actúa tal como lo hacen los independentistas más furibundos. Una vez han descubierto que su causa no obtiene bastantes adhesiones por parte de la ciudadanía catalana, han decidido que es necesario "ampliar las bases" del secesionismo. Pero en ese empeño se han olvidado de empolvarse la patita del lobo con harina para engañar a los cabritillos, y su táctica es esa: o te adhieres o eres un malnacido. Y así les va. Es más o menos la estrategia del señor Torra: pretende ganar adeptos (o incluso pedir diálogo con el adversario) después de tratarle a palos. A no ser que crean en la eficacia de la amenaza, su planteamiento parece un mal planteamiento. Malo, por lo menos, para hacer amigos.

En 1938, en las trincheras de Aragón, des de la trinchera franquista mandaban mensajes a la trinchera republicana prometiéndoles, a los posibles tránsfugas, un buen sueldo, comida abundante y tabaco gratis. Era una estrategia pueril, si se quiere, pero parece que contenía algo más de inteligencia que la del insulto. Luego les mandaban bombas, claro está, y lo digo porqué hay que decirlo todo.

Como todo el mundo que haya publicado (o lo haya intentado) sabe, la relación con el editor no es un camino de rosas. Ni de vino. Así que, si un editor quiere ganar adeptos a su causa, podría prometer la publicación de algo cuando le escribe a un autor que no está en sus filas. Y Torra, podría, por ejemplo, prometer algún carguillo a los españolistas que se pasen a su bando. Digo yo. A veces eso ha funcionado, y no voy a dar ejemplos, porqué son de sobra conocidos. Creo que eso sería más eficaz que mandar insultos.

Ayer, una editorial de Madrid de la que soy cliente me mandó un correo para recabar mi adhesión a su publicidad. El tono era divertido, desenfadado. Su propuesta era: si quieres seguir recibiendo nuestras noticias responde a ese correo con un: sí, quiero. Lo hice sin dudar.

24 de maig 2018

Bon cop de falç

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Jamás he cantado ningún himno. Ni tan solo el del Rayo Vallecano. Una vez me llevé una reprimenda pública por ello. Trabajé en una escuela que disponía de himno (aunque escaseaba de personal docente y de buena armonía) y tres veces a lo largo del curso bajaron los niños al patio, los dispusieron en formación y les hicieron cantar el himno de marras. La primera vez medio perdonaron mi mutismo selectivo porqué era nuevo en el centro. Pero en las ocasiones siguientes ya no: una de las autoridades del colegio me amonestó.

Cuando era jovencito, tras la muerte de Franco y en los albores de la democracia con sus reivindicaciones, asistí a muchos actos que terminaban con el canto de "Els Segadors". No conseguí aprendérmelo. Y, además, me parece una canción trasnochada, belicosa, con una melodía que deja mucho que desear. Recuerdo que miraba a mi alrededor y me fascinaba el ardor que veía en los ojos, el gesto solemne y trascendente, la rigidez, el enrojecimiento de la cara y el ensanchamiento de las venas del cuello. No pude comprender porqué generaba tanta emoción aquella letra más bien zafia y brutota, tan poco civilizada, tan ruralista, acompañada por una música repetitiva y cansina.

Con el paso de los años descubrí que "Els Segadors" tiene su origen en una canción tavernera cuyo tema es erótico (lo llamo "erótico" por pudor). No hay que ser muy avispado: donde ahora se canta "bon cop de falç" antes se decía "bon cop de...". El asunto es curioso pero no extraño: al fin y al cabo, de la testosterona excitada al patriotismo hay pocos centímetros y todo el mundo sabe que la patria y el patriarcado comparten raíz etimológica. (Si el asunto le interesa a alguien, es fácil encontrar información sobre el origen de "Els Segadors" a través de Mr. Google).

A lo largo de la vida uno se da cuenta de que las letras de los himnos, del país que sea, son malas y ridículas, y que sueltan tal cantidad de sandeces que parece imposible su pervivencia. Yo, por mi talante ingenuo, pensaba hasta hace poco que los himnos estaban en decadencia. Tengo mis motivos para la hipótesis, pero ahora no los voy a exponer. Más que nada porqué la hipótesis se ha demostrado incorrecta.

En Cataluña se habla a menudo del himno: de quien lo canta y quien no, y se sueltan barbaridades a propósito de eso, y se insulta, y se apela a grandes emociones e incluso a obligaciones de carácter sagrado. También se habla del himno español, ya que hay miles de personas dispuestas a viajar para reunirse y pagar cientos de euros para acceder a un campo de fútbol con la determinación firme de silbar el himno del "enemigo". Fascinante. Yo pensaba que "Braveheart" era una peli muy mala de Mel Gibson y resulta que es la peli preferida de muchos de mis congéneres.

El otro día leí que el señor Torra cree que los españoles sufrimos una fractura en la cadena del ADN. ¡Toma! Igual eso explica el déficit de concentración que me impide aprender himnos. A ver si, al final, lo que yo consideraba una opción consciente solo es una discapacidad mental...

Casi no pasa día en que no lea algo sobre himnos. Lo último es la pretensión de ponerle letra al himno de España, sin poner en valor lo bien que está sin letra, todo lo que se ahorran. Leí que el señor Albert Rivera anda empeñado en la letra del himno y, si yo pudiera, le diría: ¡Albert! ¡No lo hagas, por lo que más quieras!.

Creo que es mala idea combatir a un himno con otro. Cuanto más se cante uno, más se cantará el otro. Si lo que pretende Rivera es rebajar el nacionalismo agresivo catalán, que no se le ocurra azuzar el nacionalismo español, porqué nos la vamos a pegar nosotros. Los que, como yo, no cantamos himnos: creo que seremos los primeros en recibir, y quizás por duplicado. Es decir, por ambos lados, en ambas mejillas, como cristianos ejemplares. Ni canto himnos ni soy cristiano, y por eso le temo tanto a ser mártir de causas que me importan un bledo.

Puestos a buscar canciones que agraden a todo el mundo y que apelen a un sentimiento de fraternidad o por lo menos a cualquier sentimiento bueno, yo me inclinaría por buscar entre las canciones de Joan Manuel Serrat, que es un clásico inmortal. Y, además, Serrat no ofende a nadie y encima tiene melodías magníficas. El otro día repasé el "álbum" dedicado a Antonio Machado y encontré varias piezas a tener en consideración. Pero... ¡ay! cuando me disponía a escribir a mis autoridades con esa sugerencia, me acordé de que el independentismo furibundo considera que Machado forma parte de la horda de colonizadores, y le acusan de españolista y proponen borrar su nombre del callejero catalán. ¡Vaya!

Tanto pensar en el himno y total para nada. Por eso estoy tan harto y tan aburrido con el nacionalismo: porqué solo sirve para perder el tiempo, enfadarse y terminar recibiendo palos. Esos son los beneficios de la dieta nacionalista. Me voy a cantar un Virolai y luego me acuesto.


22 de maig 2018

El sexo de los ángeles catalanes

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Uno de los problemas que tenemos los catalanes vivos en 2018 es que Terenci Moix ya no está. Pero más allá de la nostalgia, eso se puede expresar con otras palabras: estamos huérfanos de intelectuales que nos ayuden a leer y a comprender el pan nuestro de cada día. Quizás es por ese vacío de intelectualidad que, a día de hoy, constan como intelectuales petimetres tales como Bernat de Déu, Empar Moliner o Pilar Rahola. Hay articulistas que se refieren al señor Torra como a "un intelectual". A falta de pan, buenas son tortas.

Terenci Moix tiene una novela, "El sexe dels àngels", reescrita en 1992 pero escrita por primera vez mucho antes, que contiene páginas maravillosas en las cuales, casi como por un milagro, se describe a la Cataluña de siempre. A la Cataluña de hoy. En una de ellas, su protagonista (un joven autor iconoclasta que triunfa en la literatura catalana), discute con un representante de la cultureta, un individuo siniestro que pertenece a la cúpula de Òrgan Cultural (léase Òmnium Cultural). El diálogo es soberbio, impagable. El joven autor le recrimina al nacionalista catalán que pongan tan difícil ser catalán por los muchos requisitos que se exigen con tal de obtener tan elevado título.

El joven autor se queja de que, en Cataluña, debamos aceptar que cualquier cosa es algo más que cualquier cosa por el mero hecho de ser una cosa catalana: el Barça es más que un club de fútbol, la Moreneta es más que una virgen, Montserrat más que una montaña y Banca Catalana más que un banco.

El drama catalán es, entre otras cosas, que esa supremacía de las cosas catalanas ha ido engordando su nómina: Rodoreda es más que una escritora y Pedrolo, también. El pueblo es más que un pueblo. Una urna es más que una urna, aunque se la hayan comprado de oferta en la China. Tv3 es más que un canal de televisión autonómico. La escuela catalana es más que una escuela (aunque las autoridades catalanas la hayan sumido en la miseria). Mossèn Ballarín es más que un cura retrógrado, Puigdemont más que un expresidente, Pujol mucho más que un expoliador, la CUP más que una asamblea de niños bien, Guardiola más que un entrenador. Y la butifarra amb seques más que un plato indigesto. Hay muchos más casos, pero vamos a dejarlo aquí para no aburrir a los unos y enervar a los otros, que ya están bastante enervados.

En el sentido opuesto, Pla es más que un traidor, Marsé más que un renegado, Iceta más que un botifler, Boadella más que un maldito, l'Hospitalet de Llobregat más que un error, Montilla más que un charnego desagradecido, Cornellá más que una pandilla de colonizadores.

Se echa de menos a los intelectuales que ya no están. No me refiero con eso a personas como Lluís Llach, que ya no están -y tampoco son intelectuales. [Pero por cierto... ¿donde está Llach?] Me refiero a personas cuyo pensamiento y cuya escritura nos ayudaron, pero que están en el otro lado del espejo. Es imposible saber qué cosas dirían hoy, cuando nadie relevante nos ilustra y ni tan solo nos acompaña. La biología nos ha dejado huérfanos ante el "procés", ese runrún tedioso e interminable que nos acongoja y nos asusta porqué amenaza la convivencia pacífica entre las personas.

Creo que va llegando la hora de rebajar el tono. Cataluña (sea una comunidad autónoma, una región o una república) no es más que nada. Ni los catalanes más que nadie. Sus habitantes solo somos ciudadanos bastante perplejos, la mayoría pobres y algunos ricos. Hace siglos que la cultura catalana no destaca en ningún campo de las ciencias ni de las artes. Solo está Messi, que no es catalán si no argentino, el que chuta una pelota. Los catalanes deberíamos preguntarnos a qué nos ha llevado querer "fer país" en vez de querer hacer cultura, arte, cine o ciencia. Hacer país en vez de hacer arte, cultura o ciencia nos ha llevado a la irrelevancia más escandalosa de los últimos siglos. De tanto hacer país solo hemos hecho el ridículo.

En Cataluña hay un montón de pobres. De gentes que pasan hambre. De personas que sufren, que están en las interminables listas de espera de la sanidad pública. Hay emigrantes que se largan a buscarse el pan a otros países. Hay hambre y pobreza. Y hay quienes acusan a los que que pasan hambre y viven en la pobreza de tener un sentimiento catalanista demasiado escaso. Es decir: hay cínicos. Y cobardes. Y racistas. Los falangistas de los años 40 distinguían a la población entre afectos al régimen, tibios y desafectos. Los nacionalistas catalanes distinguen entre "los nuestros", los "españolistas o traidores", y los equidistantes. Cielo, infierno y purgatorio: no nos olvidemos del fondo ultracatólico agazapado tras el nacionalismo.

Creo que la labor de un intelectual catalán, en 2018, sería la de abordar el asunto desde una perspectiva nueva, pero que en realidad ya estaba escrita. No somos más que nadie ni mejores que nadie. Incluso podríamos ser peores que la media. Debemos remontar ese mal momento. De lo contrario, nos veremos pronto en la nada. De no corregir ese error, los catalanes del futuro van a leer que existió una Cataluña ridícula al lado del relato de Liliput debido a Jonathan Swift, en viejos textos de fantasías medio grotescas, medio metafóricas.

Creo que nos merecemos algo menos malo. Y espero que estemos a tiempo. Por la parte que me afecta, y porqué deseo una convivencia mejor.


20 de maig 2018

Carta a la señora Carolina Miró



Señora,

Hace un par de días leí un reportaje sobre usted que se publicó en La Vanguardia. Me decidió a escribirle el descubrimiento de que es usted maestra de primaria, como yo. Pensé: de maestra a maestro casi seguro que podemos hablar y, quien lo sabe, quizás llegamos a entendernos. Por lo que tenemos en común, aunque solo sea la profesión a la que nos dedicamos. Esa es mi esperanza.

Debo pedir perdón por algo: parte de lo que le cuento se lo diría a su marido, pero me temo que él andará demasiado ocupado como para dedicarle cuatro minutos a leer la carta de un maestro de primaria catalán que no es independentista. Usted, por la influencia que debe tener sobre el señor Torra, quizás le pueda transmitir alguna de mis inquietudes, si le parece oportuno. Espero no haber incurrido, con esa estrategia mía, en una falta de respeto hacia la cuestión del género.

Lo que quiero exponerle es la preocupación que siento hacia ciertas ideas del señor Torra. Debo precisar eso: no me preocupa lo que piensa, si no que alguien que piensa como él sea el presidente de una comunidad autónoma tan diversa, tan plural y tan compleja.

Como usted es maestra de primaria, entenderá lo que le cuento: los maestros de primaria no solo nos ocupamos de los conocimientos que deben adquirir nuestro alumnos, si no también (y a veces pesa mucho más que lo anterior) de las cuestiones de la convivencia, el respeto hacia el diferente, la inclusión, la cohesión social, la tolerancia y el diálogo, que son la base sobre la que sustenta el andamio educativo. Usted lo sabe tan bien o mejor que yo: sin un clima de paz, de buen entendimiento y de respeto es imposible dar una clase de matemáticas. O de catalán, o de castellano, o de plástica. Esa construcción tan delicada y tan frágil que llamamos "sociedad" solo funciona cuando nos tratamos bien entre todos, cuando nos respetamos y cuando nos consideramos iguales.

Debo contarle algo: aparte de maestro de primaria, soy muy lector de todo tipo de textos. Incluso he publicado algunas cosas en papel. Esta faceta mía me llevó, hace algunos pocos años, a comprar (y a leer) varios libros de la editorial A Contra Vent, que dirigía su marido el señor Torra. Algunos de los títulos de aquella editorial figuran entre mis lecturas favoritas de los ultimos años. El libro de Francisco Madrid, por ejemplo, el de Domènec de Bellmunt o el de Josep Maria Plana. La verdad sea dicha: A Contra Vent publicó un buen número de textos relevantes, recuperados de ese olvido, tan catalán como cruel, que soslaya a grandes autores.

Por entonces, deduje que el señor Torra era persona cultivada y sensible, y por eso me sorprendió y me decepcionó tanto saber lo que he sabido ahora a través de los artículos y los "tuits" que escribió, de los que se infiere que el señor Torra no cree en que todos seamos iguales, o que existen diferencias profundas e insalvables entre los que nacieron en un rincón del planeta o en otro. Me gustaría contarle algo. Mis dos apellidos son catalanes, pero yo me siento catalán y español, y en esa doble identidad no percibo conflicto alguno. Al contrario: estoy satisfecho de pertenecer a la cultura de Ruyra y a la de Delibes, a la de Marsé y a la de Rodoreda, a la de Ana María Matute y a la de Pla, a la de Moncada y a la de Chirbes, la de Casamitjana y la de Casavella, a la de Espriu y a la de Sastre. Por no hablar de la enorme lista de grandísimos autores latinoamericanos, que amo y siento muy próximos. A mi me explicaron mejor Cataluña Juan Marsé y Antonio Soler (que es malagueño) que Rodoreda o Porcel, aunque todos ellos me aportaron algo, sin duda alguna.

Creo que el buen gobernante es el que procura lo mejor para la mayoría. Y la mayoría prefiere, antes que nada, antes que muchas otras cosas, la convivencia en paz entre los diferentes. Eso también sirve para los maestros de primaria ¿no lo cree usted? Todos queremos vivir en paz con los demás. Nadie quiere vivir en Sarajevo.

Gracias al reportaje que sobre usted publicó La Vanguardia, leí que es usted maestra de una escuela cuyos alumnos son de nivel socioeconómico alto o muy alto. Yo trabajo en un centro escolar cuyos alumnos son de clase baja o muy baja. Pero, sin embargo, estoy convencido de que transmitimos valores muy parecidos cuando no idénticos. Porqué el mundo es una pequeña bola de roca que gira enloquecida en la frialdad vacía del espacio sideral y eso es lo que tenemos, ese breve lapso de tiempo incierto y compartido encima de esa esfera. Y el mundo no es más de unos que de otros. En realidad, el mundo no es de nadie ni existen legitimidades de ninguna clase, aquí. Nada bueno saldría de buscar conflictos o enfrentamientos, disputas territoriales o legitimidades trasnochadas, ni hablar de destinos patrios en este siglo XXI.

Para despedirme (no quisiera robarle más tiempo) le contaré algo que me dijo un padre de la escuela en donde trabajo, en la que deposito muchas horas, mucha energía vital y mucha dedicación. Este padre es un señor que emigró des de Marruecos a Cataluña con un objetivo principal: darles a sus hijos una buena educación, en Europa, para ofrecerles un futuro mejor. Para ello abandonó su tierra y sus parientes y se instaló en un barrio marginal, pobre, sucio, dejado de la mano de Dios. Su viaje es una renuncia, generosa, en favor de sus descendientes. Este hombre me dijo:
-Lo importante es tener un techo. Y luego, comida. Después vendrá lo demás.

Su techo se cae a pedazos y la comida escasea tanto que, muchos días, sus hijos no comen tres veces y lo que comen es muy insuficiente. Ese hombre vive en Cataluña, y sus hijos nacieron aquí, son tan catalanes como usted, como yo. Es para ellos para quienes trabajamos usted, yo, y su marido. Nosotros trabajamos para su bien y nunca jamás es del revés.

Por la presente, le invito, si a usted le parece bien y le apetece, a visitar este barrio y esta escuela. Estaría encantado de acompañarla en esta visita. Se que usted sacará muchas conclusiones interesantes de una visita que no le llevará demasiado tiempo. Y confío de veras en que usted, que es una de las personas más próximas al señor Torra le contará a él lo que ha visto y lo que ha sentido.

Como dijo el señor Rousseau, los príncipes, aunque lo sean de un país pequeño, son más pequeños que el país. Por eso, tanto príncipes como maestros tenemos la obligación de trabajar todo lo posible y para todos, para compensar nuestra terrible pequeñez. Los príncipes y los maestros debemos ser ejemplares en nuestro quehacer y en las ideas que expresamos, porqué nos debemos a los demás, que es nuestra forma de decirles a los ciudadanos que les valoramos y les respetamos. A todos por igual. Piensen lo que piensen, sean del origen que sea. Ya que ellos confían en nosotros.

De los impuestos que pagan, muchas veces con esfuerzo desigual e inversamente proporcional a sus ingresos, salen nuestros salarios.

Atentamente, un maestro de escuela de barrio pobre.

17 de maig 2018

La tevetrestorra

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El tiempo que llevo sin ver Tv3 ya se cuenta por años. Decidí no sintonizarla nunca más hace algo más de dos, cuando la deriva sectaria se agudizó hasta límites insospechados, insoportables. Tardé en tomar mi decisión: en parte, porqué me resulta difícil soslayar cualquier forma de información y en parte porqué creo poco inteligente tomar decisiones en negativo. Pero todo tiene su límite. Y, además, en esos asuntos me comporto como dicen que se comportaba la caballería rusa en tiempos de la primera guerra: tardaban un montón en subirse al caballo pero una vez montados no había quien les detuviera. Pues eso: se terminó Tv3 en casa. (La verdad: teniendo Filmin ¿quién quiere tv3?).

Vuelvo a los "límites insoportables" que he nombrado, porqué creo que debo explicarlo mejor. A mi no me molesta que un canal de televisión tome partido por una opción política. Me parece legítimo y genuino. Lo que no creo que debamos soportar es que ese canal, pagado con los impuestos de todos, decida actuar como el órgano de propaganda de una sola opción. Que ni tan solo es mayoritaria. Aquí hay algo muy grave que está fallando. Si se trata de un canal público, la opción ya no es legítima.

No se trata de la "pluralidad" escandalosamente ausente de sus debates, en los que por cada tres independentistas hay un soberanista y, a veces, un equidistante. Se trata de todo: del tono de los informativos, de los reportajes. Incluso la publicidad del canal ha tomado un cariz casposo, que huele a sociedad tan secreta como cutre, a "tu ya me entiendes porqué eres de los nuestros".

Se trata del respeto por el dinero público, por el sentido de lo público. Lo que es de todos. De todos los que pagamos impuestos: altos, bajos, feos, guapos, rubios y morenos, de origen semítico o ario, de expresión catalana, castellana, árabe, urdu, wolof o rusa, expoliadores y expoliados, con accidente en la cadena de ADN o con una impecable herencia racial impoluta. Lo que se mantiene con el dinero de todos no puede ir dirigido a una parte, y con una voluntad seriamente excluyente. En este sentido, yo no se de qué se escandalizan quienes se escandalizan de los tuits del nuevo MHP, cuando esas ideas llevan años surcando los meandros de la Tv3, a veces por la superficie de las aguas y, otras, por lo subacuático.

Hace un tiempo, al principio de tomar la decisión de borrar la Tv3 de mi lista de canales, se me ocurrió escribir en Facebook que quizás se podría promover una campaña para hacer objeción fiscal a Tv3, y negarnos a pagar la parte de nuestros impuestos que se destinan a mantener la cadena. Me riñeron enseguida, y yo enseguida suspendí mi proyecto. Cuando lo recuerdo, me sonrío: quienes me riñeron eran personas próximas (incluso muy próximas) al PSC. Su argumento, que escuché y acepté enseguida, era este: es muy delicado o incluso peligroso decidir para qué pagamos impuestos y para qué no, ya que eso, si uno lo piensa bien, podría desembocar en objeciones fiscales tremebundas. Imagínense ustedes que la clase alta decide no pagar la parte de los impuestos que se destinan a la sanidad o la educación públicas: eso sería el desastre, y el principio del fin del estado democrático.

De forma que: acepto que con mis impuestos se mantenga un canal de tv. Pero que sea pública, por favor. Suplico que sea pública. Que se sienten a hablar de ello esos que reclaman "diálogo con España" pero que, a su vez, han extinguido el diálogo con Cataluña. Lo que tenemos aquí no es un conflicto entre catalanes y españoles: es un problema entre catalanes y catalanes.

Lo digo hoy, día de la investidura del nuevo MHP, y antes de que el ambiente en Cataluña se caldee todavía más, ya que el MHP parece un caldeador visceral (¡jamás he deseado tanto equivocarme y jamás he temido tanto estar acertando!). Por favor: hablen. Y que la Tv3 retransmita el diálogo.

10 de maig 2018

La Republiqueta d'en Quim

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Por el título de este texto, uno podría pensar que voy a reseñar la taverna de vinos y tapas de algún pueblo, posiblemente gerundense. Pues no (aunque la cosa si va de pueblos). La foto escogida para ilustrar el texto es una prolongación de la broma. Porqué la cosa va de bromas. Bromas catalanas, eso si. Gracias a la Cadena Ser, me he enterado de que Carlos el Legítimo acaba de designar, con su legítimo dedo, al nuevo presidente de la región catalana. Lo ha hecho por tuit y des de Berlín, creo, que es la ciudad por donde El Legítimo da tumbos a día de hoy. ¡Viva la república del pueblo feliz!

Carlos dice que el nuevo presidente de la cosa debe ser Quim Torra. Número once (sí, ¡11!) de su lista "Juntos por Cataluña". Me informo sobre QT y descubro un curriculum discreto en el que se destaca que es "muy independentista". No se si habrá cursado algún Máster en Independentisto, digo yo, eso no lo pone. Faltaría apuntar que es "muy buena persona", por ejemplo, para redondear el currículo de Torra. Mientras leía en la red sobre la biografía de Torra, su nombre me iba dando vueltas por la cabecita: ese nombre... ese nombre ¿de qué me suena? Al fin me acuerdo.

Sucedió hace unos pocos días. Era fin de semana y por la noche. Sonó el teléfono. Aunque era un número desconocido, respondí. Des del otro lado surgió una voz, más bien suave aunque insidiosa. ¡Ya está! pensé yo: ¡he vuelto a caer en el truco de Jazztel! Pero no. La señora pregunta por mi, con nombre y apellido. O sea: dispone de mis datos. Me presenta una oferta muy buena: una suscripción a bajo precio a la "Revista de Cataluña", publicación muy interesante, me dice, que trata de las cosas catalanas y de la cultura de dicho país. Para dorar la píldora, añade que la revista la dirige el señor Quim Torra, quien, como debo saber, es diputado del Parlamento regional. Llegados a este punto le respondo que no me interesa para nada su oferta, y le añado que, como Torra es de un partido que no me gusta, tampoco quiero saber nada de su panfleto. Entonces me espeta algo más bien desagradable y corta la comunicación con brusquedad, mostrando su enfado. Su repentina desconexión sin mediar palabra (ni tan siquiera el saludo protocolario de la educación) me dice: "no eres de los nuestros, así que... ¡Que te den!".

Bueno, pues ya lo tienen ustedes: el próximo presidente de la cosa catalana vende revistas por teléfono, por las noches. Igual no le llega con el sueldo de diputado, digo. Últimamente, los activistas por la independencia andan pidiendo dinerito por todas partes. Hay que mantener a sus "exiliados" con dignidad y en chalecitos monos, hay que hacer frente a minutas de abogados carísimos y hay que comprar muchos metros de cinta amarilla.

Sigo leyendo el CV del señor Torra y descubro que su experiencia en el sector público es nula. Como gestor (llamémosle gestor, o pulpo como animal de compañía) ha presidido interinamente esa cosa, el Òmnium Cultural (lo que el añorado Terenci Moix llamaba el "Òrgan Cultural"), durante unos meses de vacío de presidencia. Hay que revisar la historia del Òmnium (quién, cuando y como lo fundó) para comprender que Rajoy verá con buenos ojos a Torra. Bueno, el asunto es que este es El Elegido, elegido a dedo por El Legítimo. Me huelo que el mayor valor de Torra es su probada obediencia ciega a El Legítimo, y ahí lo tienen. Ahora será El Investido. O El Ungido. Parece que el destino de Torra es terco: lo suyo es desempeñar presidencias interinas.
-Presídeme un rato la Generalitat -le habrá ordenado El Legítimo- mientras yo acabo de arreglar mis líos. Y no se te olvide que no puedes usar el despacho presidencial, ya que eso sería blasfemia. Y desobediencia, que es algo muy feo. Acúerdate de Gabriel, que por desobedecer un poco tuvo que exiliarse a Suiza.
(El Legítimo se muerde la lengua antes de soltar algo que le corroe: "Y sobretodo no hagas como yo y no le encuentres gustillo a presidir Cataluña).
-A tus órdenes, Gran Legítimo -le habrá respondido Torra, con la frente perlada por un sudor tan frío como patriótico.

Viendo como se va construyendo la republiqueta, en ausencia completa de los valores que uno entiende por valores republicanos, me temo que no vamos a ganar para disgustos. Menos mal que me he afiliado a Filmin y tengo un montón de pelis buenas por ver.

7 de maig 2018

Isona Passola y los infortunios de la virtud

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La señora es culta, respetable, cineasta. Habla de cultura, del valor de la cultura como elemento de cohesión social. Escuchándola, uno diría que busca lo mejor para la mayoría porque eso le preocupa. Sus palabras la presentan como una persona interesada en la virtud. Parece que el discurso que lleva, y que ofrece al auditorio de esta ciudad de provincias en donde vivo, es un discurso sobre el bien común. Hasta cierto punto, parece que habla de valores universales. Hasta cierto punto, digo, porqué de repente sucede algo que chirría.

La señora Passola, en un giro argumental, suelta que hay una correlación entre el nivel sociocultural de ciertas zonas de Cataluña y lo que se vota en ellas. No lo precisa, pero ahí está el dato: en las zonas con bajos niveles, los ciudadanos votan opciones erróneas, dijo. No lo dijo así, por supuesto: solo dijo que hay una correspondencia entre lo que se vota y el nivel cultural de los votantes. Quien quiera entenderlo, que lo entienda.

A continuación, la señora Passola inicia un ejercicio de autocrítica y lamenta que "algo hemos hecho mal". Se infiere que se debe corregir el error. Passola insinúa que la política cultural de los gobiernos de Pujol tenía muchos déficits. Bravo. Incluso admite que quizás no había política cultural alguna durante el período pujoliano, que fue muy extenso en el tiempo. Eso lo compartiría, aunque con matices. La política cultural de Pujol es solo la expresión de la desconfianza de Pujol hacia todo lo que huela a cultura. El viejo sátrapa prefería el olor del banco al olor de un teatro, y ahí se termina su política cultural.

Más tarde, Passola procede a un nuevo giro y plantea una solución al problema: la población con bajo nivel cultural debe ver más cine catalán, más cine subtitulado en catalán y más TV3. Eso no solo aumentará su pobre nivel si no que provocará mayor cohesión social, dice.

En las palabras de Passola hay algo turbio. Intuyo el clasismo, primo hermano del etnicismo, rezumando por entre sus frases. Quizás no descifro bien sus palabras: al fin y al cabo, soy hijo de padre y madre pobres y, por lo tanto, con bajo nivel cultural. Vaya. Quizás sea por eso que no voto su opción política. Me temo que hay un deje supremacista en el discurso del catalanismo independentista del último lustro que hoy se expresa por la boca de Passola. Hay desprecio por la democracia en esas palabras. Y el convencimiento de que existen catalanes cultivados y bien aposentados, y otros, incultos, pobres e ignorantes.

Hay ocasiones -pocas, pero haylas- en las que el independentismo procesista admite el desastre de su proyecto y reconoce que no se puede ir a la independencia sin la mayoría del censo. Los independentistas que dicen cosas así insisten en que se debe ampliar la base social de su propuesta. La señora Passola no debe ser de esos, ya que las ideas que promueve se aproximan mucho al desprecio hacia los que no están en su bando.

Leo la crónica periodística del acto en el que Passola habló. Leo que acudió acompañada por un concejal de ERC, y descubro que antes (o después) preguntó por las características sociológicas de esa ciudad de provincias en donde acudió invitada. En este instante de la lectura lamento algo, y lo lamento mucho.

[La crónica periodística puede leerse aquí].

Es una pena que Passola no hubiese hablado conmigo.

Aunque no sea concejal de nada. Bueno, en realidad no le contaría nada. Me limitaría a acompañarla por ciertos barrios, para que vea con sus ojos y escuche con sus orejas esas clases bajas e ignorantes que votan mal.

En esta ciudad hay segregación y hay guetos, y hay muchos pobres y muchos inmigrantes. Y muchos gitanos, y alrededor de un 20% de ciudadanos de origen magrebí. Eso son realidades. Son realidades. Realidades y no problemas. El problema es la pobreza. La pobreza. La miseria de verdad. Los pobres son una realidad con nombres y apellidos, con una vida que es tan valiosa como la de la señora Passola, aunque no sean cineastas. Los pobres no son problemas: son personas. Creo que es muy importante diferenciar en esos términos. Decir que los pobres y los incultos son un problema para su causa es la barbarie. Me pregunto: ¿no será que a Passola le molesta que el voto de un pobre ignorante tenga el mismo valor que el suyo?

Una barbaridad muy grave que no acusaré de "fascista" porqué estoy harto de la banalización del mal y de las citas espúreas de Hannah Arendt, sacadas de cuando Arendt hablaba del juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén.

La verdad es que me gustaría acompañar a Passola por el barrio en donde trabajo. Pasear con ella por entre las familias que viven en esos bloques que se caen a pedazos, sin agua caliente, y detenerme, con ella, a hablar con los vecinos. Podríamos preguntarles por la cultura, y por la cultura catalana si ella lo desea, y también por lo que les preocupa. Podríamos preguntarles si ven TV3, o si desean ver cine subtitulado en catalán. Me gustaría de veras.

Quiero ser optimista y quiero pensar que Passola accedería a mi invitación. Yo se la hago sinceramente. Mi dirección de correo electrónico está ahí. Creo (y quiero pensar) que algún día nos decidiremos a practicar el diálogo. Por lo menos entre nosotros, los catalanes. Entre los que votan bien y los que votamos mal.

4 de maig 2018

Tanto ruido para tan poca Artadi

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El análisis político no es lo mío. Tengo algunas pocas virtudes y muchos defectos, y debo reconocer que las previsiones en materia de política catalana no se me dan bien. Por eso leo, a veces, sobre el asunto. Siempre he confiado en los beneficios de la lectura. Mientras lees estás quieto y tranquilo, que ya es mucho.

Las lecturas me permiten sospechar (y temer) que la señora Elsa Artadi podría ser la próxima presidente de la Generalitat catalana: dicen que sería una candidata de consenso entre los partidos independentistas (soslayando a la Cup) y que, además, Rajoy y sus fiscales la ven con buenos ojos. Y Puigdemont y sus torquemadas de patio de colegio también, que ya es mucho.

Leo después el currículum de Artadi. Buenos estudios, buena casa, ropa de marca buena. Todo bueno, todo bien. Sobre sus títulos universitarios y másteres no opinaré (¿quien osa opinar sobre másteres en Harvard, a estas alturas?). Leo que Artadi empezó en la política bajo la sombra del señorito Mas-Colell, el que hizo los recortes presupuestarios más salvajes en la era de Mad Mas. Ella fue uno de los brazos ejecutores de las políticas más dañinas para con su querido pueblo catalán.

Artadi incluso le cae bien al Gran Wyoming: dice el presentador que Artadi es de aquellas estudiantes aplicadas que toma los apuntes con dos bolígrafos, de distinto color. Azul para el texto, rojo para subrayados y destacados. Me lo creo. Artadi me provoca un cierto pavor, un escalofrío. Hay un personaje en una novela de Stephen King que me remite a Artadi. La perfección da miedo. La frialdad, también. La frialdad unida a la perfección (y a los probables títulos de Harvard) son terroríficos. Me temo que Artadi no se ha paseado jamás por un barrio de pobres, y debe pensar de ellos que son gente delincuente, y que son pobres porqué se lo merecen, porqué se lo han buscado por no haber ido a Harvard.

Hay algo que me da risa y me río por no llorar. Después de tanto ruido, resulta que van y nos endosan una presidenta del equipo de Mas y de Mas-Colell. ¿Tantas alforjas para el viaje de vuelta a Mas?

Leo que Artadi rompió su carnet de Pdecat y se afilió a la cosa de Puigdemont. Rompió con quienes la llevaron al podio. Agradecimiento, poco. Leo que Puigdemont, en una de esas entrevistas europeas que suelta por ahí, dijo que "yo no soy ni de izquierdas ni de derechas", que es lo que dicen los que dan más miedo. En un foro oscuro cuentan que Artadi se cambió el orden de los apellidos, pero que antes, cuando era más joven, participaba en la grada hooligan de los periquitos, en el campo de fútbol del Español. Ella ni desmiente ni pestañea. Eso lo deben enseñar en Harvard, digo yo. En otro foro cuentan que la Cup sabe del talante neoliberal salvaje de Artadi pero no protestan de forma oficial. Lo de la Cup es algo muy raro, verdaderamente muuuuuy raro.

Tanto ruido para volver a Mas, transvestido de Artadi. Curiosa, la deriva del procés. Con historiadores y psicoanalistas lacanianos no habrá bastante ciencia para explicarlo. Creo que van a necesitarse astrólogos, hipnotistas, mesmeristas, ufólogos y conspiranoicos, amén de espiritistas, tarotistas y alquimistas muy sesudos. Sin despreciar a trileros de la calle.

Tanto ruido para volver a la Cataluña eterna, la se siempre, la de los señoritos que mandan y la plebe que aplaude. Tanta patria para tan poca Artadi, la que recorta sin piedad (pero con lazo amarillo).

1 de maig 2018

Loubna en Cataluña

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Loubna sale de su piso de mañanita, apresurada, para estar de vuelta antes de que los niños se despierten. La puerta cierra mal, esa cerradura se va a romper un día de esos. Lo sabe porqué lo presiente. Desciende las escaleras del bloque, tan estrechas que ya me dirás tu como se podría subir una nevera de esas grandes y bonitas que venden en el Carrefour y que tanto le gustan. Como no hay dinero para neveras, se sonríe, esta preocupación es una de las muchas que no sirven para nada.

Le contaron que estos bloques en donde vive se construyeron a toda prisa después de una riada tremenda que se llevó un montón de casitas de pobres, una riada que dejó decenas de muertos y centenares de familias sin techo. Eso pasó en tiempos de Franco. A los supervivientes les alojaron aquí. Con el paso de los años, los supervivientes de la avenida del agua empezaron a marcharse. Los que pudieron. Aquellos a quienes las cosas les fueron bien se largaron a barrios mejores. Incluso hubo quienes se volvieron a sus pueblos, de Jaén o de Cádiz o de Badajoz. Los pisos vacíos se ocuparon con las gentes que, como ella y su familia, vinieron de Marruecos.

Los vecinos de antes, los que se quedaron por la fuerza de una pobreza insoslayable, detestaban a los nuevos inquilinos y les hicieron la vida imposible. Al principio. Aunque, como cada vez quedan menos, ahora hay más paz que antes entre los vecinos. De los de antaño quedan muy pocos y están muy mayores. Uno de ellos, el viudo del tercero B, le paga a su amiga Souad para que le ayude con la compra y la limpieza del piso. El viejecito del tercero B apenas puede moverse. Del sofá a la cama y de la cama al sofá, en donde se pasa el día con la mirada fija en el televisor, aunque esté apagado. Souad le cuenta que el viejo es desagradable, maleducado, racista. Pero lo soporta. Lo aguanta no solo por los 20 euros a la semana que le paga el viejo gruñón, triste y enfermo, si no porqué sabe que todo eso, la mala educación y el racismo y lo demás, todo eso solo es fruto de la miseria y, en realidad, no es su culpa.

Loubna llega a la calle y la cruza sin mirar. No pasan coches en esta hora.

La panadería ya está abierta. Compra la oferta del día: una bolsa con dos cruasanes, un bollo de azúcar y cuatro palmeras diminutas, todo por un euro. Con eso los niños desayunarán y a lo mejor le queda algo para ella. Anoche llovió. La tierra huele a humedad, qué perfume tan dulce, piensa. La vida tiene cosas bonitas e inesperadas. Ahora, cuando el sol de primavera calienta las jardineras, el perfume de la tierra asciende hacia el cielo y, en su camino al limbo, su nariz puede olerla. Le vienen imágenes de la vida en el pueblo, cuando era niña. Allí la tierra también huele por la mañana, aunque el olor es más bondadoso, por la presencia de aquellas flores violetas con los estambres naranjas que, al llegar la primavera, cubrían el campo hasta donde te llega la vista.

-¿No te da calor, eso? -le pregunta la panadera, señalándole el velo verde desleído.

Se lo pregunta a menudo. No pasarán tres días y se lo preguntará otra vez. Quizás la señora no recuerda que ya se lo ha preguntado antes. Loubna le sonríe y mueve la cabeza: no, no me molesta. Ella tiene su propia teoría sobre la repetición de la pregunta. La panadera piensa que todas las moras del barrio son iguales y por eso no las distingue, de modo que le es imposible saber si la pregunta sobre el velo ya se la hizo.

Cuando Loubna sale de la panadería con su bolsita de bollos en la mano ve a los chavales que ya están revoloteando, fumando y armando barullo. A uno de ellos le reconoce: es el mayor de los hijos de Asía, que debe tener los trece. Teme la edad en que sus hijos lleguen a la adolescencia. Por ahora los tres van contentos al cole y hablan de cosas pequeñas y divertidas y son buenos niños, aplicados y obedientes, traen buenas notas y juegan bastante felices, dentro de lo que cabe. En las clases de la mezquita, los sábados, le dicen que se esfuerzan y se portan bien. Pero ya veremos, se dice Loubna, ya veremos cuando lleguen a la adolescencia y sepan las cosas que todavía no saben, cuando alguien les dirá "eh, tu moro, ¿qué te has creído?". Ya veremos.

Loubna, de vuelta para el bloque, cruza por el paso de zebra que hay enfrente de la panadería y descubre que alguien pintó unos bucles amarillos en las listas blancas, y que estamparon las palabras "Llibertat Jordis" entre los lazos gualdos. Eso es raro, piensa: eso tiene que haberlo hecho alguien de fuera del barrio. ¿Qué debe significar y porqué lo estamparon precisamente aquí?.

Loubna sube despacio las escaleras. Tan temprano y ya se siente cansada. Cansada por haber dormido poco y mal, y cansada porqué sabe el día que le espera, y ese pensamiento te cansa por anticipado. Esa fatiga que no se desvanece jamás. A media ascensión se pregunta si hicieron bien en venirse a Cataluña, pero a pesar del cansancio se esfuerza en borrar esa duda. Además, ¿de qué sirve dudarlo? El marido lo tenía muy claro cuando le dijo que lo preparase todo porqué se iban a Europa. Y ella aceptó, porqué el marido manda y además debe tener razón cuando dice que Europa es lo mejor para los niños, para su futuro.

En Nador, el padre de Loubna tenía una mula. La mula obedecía siempre y sin rechistar, y lo hacía con una mirada ausente y complacida, como si se enorgulleciera sabiendo que con su esfuerzo hacía mejor -o por lo menos más llevadera- la vida de los hombres. A veces, la mula soltaba un lagrimón gordo y rechoncho que se le pegaba en los pelos de la mejilla, y allí se solidificaba. En esa gotita, si te fijabas bien, había un arcoiris pequeñito.